La sociedad de consumo nos condiciona a
tener cada vez más cosas, nos creamos necesidades
que no tenemos y terminamos acumulando sin darnos cuenta.
Llevado al extremo es un ya desorden
sicológico, conocido en inglés como hoarding disorder o también en español como
síndrome de Diógenes.
Me contaba ayer una amiga que hace tiempo
tiene su garaje lleno de cosas, hasta un punto que casi es difícil caminar por
él y que siempre está en su to do list poner orden en ese caos.
Pues cada vez que cruza la puerta le da ansiedad,
no sabe por dónde empezar y al final termina dándose la vuelta y dejándolo como
estaba. Otras veces incluso, le da ganas de llorar o se queda
simplemente paralizada.
Le pregunto qué tanto guarda y la lista
me tira para atrás: desde la cuna de los niños (que no va a tener más hijos) hasta
los vestidos de princesas y las revistas de la universidad, pasando por
juguetes, juegos de cama que ya no usa o muebles que le da pena tirar.
Precisamente parte de esa acumulación
tiene que ver con el aspecto emocional porque para desprenderse de las cosas
también hace falta valentía, nos unimos afectivamente a esos objetos y de
pronto los iluminamos con un valor que realmente no tienen.
Este verano me propuse sacar todo aquello
que tenia en el storage y me quedé sorprendida de mí misma por haber guardado
objetos inverosímiles con vaya a saber qué argumentos, porque ni los podía
recordar.
Llené mi camioneta completa de cosas, las
llevé a Goodwill y aunque ahora siento alivio en ese momento me costó un poco
dejar atrás todo eso.
Hoy, ni siquiera recuerdo que se fue en
ese camión, solo sé que nada de eso me hace falta y que mi vida está mejor sin
esa cantidad de cosas.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario